Supersticiones

La semana pasada luché cuerpo a cuerpo con una señora en un vivero, porque no me dejaba comprar una hortensia azul. La señora aflojó el tironeo después de que le mostrara la alianza y le recontrajurara que sí, me casé también por civil. “Porque sino no te casás más” argumentó. 

No cumplo con casi ninguno de los requisitos para calificar como supersticiosa: abro el paraguas en casa para que se seque, dejo las llaves arriba de la cama, me cruzo con gatos negros (y los toco y todo) y paso por debajo de los andamios de los edificios en construcción.  Pero tengo un problema con la sal.  Jamás paso el salero de mano en mano ni dejo de tirar sal por encima de mi hombro izquierdo, cada vez que se derrama. De todos modos, no hay un sólo momento en el que no piense: ¿para qué haré semejante rito salino si ni siquiera se qué es lo que sucede si no lo hago? ¿Qué maldición podrá caer sobre mí y los míos?  Mejor no averigüar...

Y todo esto me recuerda a mi tía Pola. Mi tía Pola vivía en el campo, en un pueblito perdido de La Pampa al que íbamos a vacacionar cuando yo era chiquita. Una noche en la que se desató una tormenta siniestra, la tía salió al patio en camisón y tiró una cruz de sal gruesa en el piso, para que los dioses tuvieran la deferencia de amainar el temporal.

A la mañana siguiente nos levantamos y comprobamos con asombro y carcajadas que en vez de sal, había tirado polenta.

De todos modos, hasta el fin de mis días, seguiré tirando sal arriba del hombro, aún con el riesgo de salar todo el piso, resbalarme y pegarme un porrazo.

¿Ustedes tienen supersticiones?

Un abrazo y nos leemos

@cintiafritz